
La caza, bien entendida, no es muerte sino vida.
El hombre en el monte olvida sus habituales comodidades, el tedio de la vida social, la hipocresía de las formulas corteses; en el campo, las preocupaciones se achican y los prejuicios se desvanecen. Simultáneamente se opera un afinamiento de los instintos, metamorfosis que induce a Ortega a considerar que el hombre torna a ser paleolítico, es decir, se irracionaliza; se aproxima, nuevamente al animal. Por otro lado Lorenzo, el cazador, coincide con el maestro en que la caza representa unas vacaciones de humanidad, mas, en lugar de rebajar al hombre, el contacto con la Naturaleza lo eleva y lo enaltece.
Salir al campo a las 7 de la mañana, no puede compararse con nada. Huelen los pinos y parece como que uno estuviera estrenando el mundo. Tal cual si uno fuera Diós”. En una u otra forma, es indesmentible que la caza deshumaniza al hombre, le lleva a encontrar la receta para desprenderse de sus inquietudes cotidianas y, consecuentemente, de hallar la formula suprema de felicidad.
(Diario de un cazador, Miguel Delibes)